
Recientemente, la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, compareció ante
Lo voy a decir de otra forma: esta elección arbitraria, -que no inocente-, esconde un subtexto, que ha sido en buena medida intencionadamente ocultado por estas dos cuestiones secundarias. El subtexto oculto es la dificultad que tienen un sector de la sociedad y una buena parte de los medios de comunicación, para aceptar que esa estructura social que obstaculiza el acceso de las mujeres a los recursos y al poder ha comenzado a resquebrajarse. Lo que se ha cuestionado, en realidad, no ha sido esa medida política que propuso la ministra de Igualdad ni tampoco el uso del término miembras. Lo que se ha puesto encima de la mesa han sido las resistencias que suscita cualquier proyecto político que incorpora la igualdad de género como uno de los elementos centrales de la agenda política.
Las demandas políticas de las mujeres, representadas desde hace tres siglos por el feminismo, han sido sometidas por las élites políticas, mediáticas y culturales masculinas a los dos mecanismos más rotundos de control social: el silencio y el ridículo. Ambos han sido las primeras herramientas para desactivar las vindicaciones políticas de las mujeres. Ahora se han elegido las dos estrategias: la ridiculización de una medida política junto con una elección léxica más o menos correcta de un lado, y el silenciamiento de las otras medidas políticas, del otro. Tras esos inusuales debates mediáticos y el uso de esos mecanismos de sanción social se esconde el profundo temor que ciertos sectores sociales y medios de comunicación tienen a los cambios sociales. A lo largo de las últimas décadas se han producido transformaciones sociales de fondo tanto en las realidades sociales que regulan la vida de los individuos como en el imaginario colectivo. Estas transformaciones han modificado sustancialmente las formas de pensar y de vivir de muchas mujeres y la consecuencia de todo ello es que se resiente el entramado social y simbólico sobre el que reposan nuestras sociedades. Ante estos cambios, el pensamiento conservador se siente con legitimidad y con razones para reclamar la vigencia del viejo mundo. Pero lo cierto es que las mujeres no quieren vivir en la jaula patriarcal. Otro mundo es posible y las mujeres quieren vivirlo.
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